Llego al mostrador del centro de salud, y me dicen que no puedo pasar, que “no tengo derecho”. ¿No tengo derecho?
Llego con dolor, con sufrimiento, con necesidad de una mano sanadora. Llego con la presión alta, o el corazón que me anda fallando. Llego con mi hijo, al que también en algún momento le llegaron a denegar la asistencia sanitaria (¡a mi hijo!), pero a mí no me atienden. No atendieron a mi vecino, que sólo necesitaba que le sacaran los puntos después de una cirugía, porque “ya no tenía derecho”. Aquella chica de Toledo no fue porque tenía miedo de que la facturasen, y acabó muriendo en la sala de espera del hospital, cuando ya era demasiado tarde para vencer al miedo. O a ese señor que vive en la esquina, que tiene aún una factura grande por pagar y no sabe cómo hacer, y eso sólo le mete más en un círculo de pobreza cada vez más cerrado. Ninguno hemos sabido comprender, aunque, peor, algunos lo aceptan y se autoculpan por haber nacido en otro lugar y haber tenido la necesidad de migrar para sobrevivir, algunos, o para vivir con algo más de dignidad, otros. Pero tal vez porque no sepan que pagando impuestos están financiando el sistema sanitario, igual que cualquier otro ciudadano.
Y, simplemente, quiero preguntar a aquellas personas que se cruzan conmigo en la calle, en el supermercado, en el trabajo (en negro, porque no me contratan de otra manera), en la escalera del portal, en el colegio donde llevo a mi hijo, si también creen que no debo tener derecho a proteger mi salud. Si piensan que casi un millón de personas no tenemos que tener derecho a que nos atienda un médico, a ser cuidados, a poder cuidarnos.
A la espera de su respuesta, sigo vulnerada, sigo excluida, sigo sin tener derecho. Ojalá su respuesta fuese un “claro que creo que tienes derecho”, y que todos los “noes” se cambiasen por “síes”. Y entonces, podría curarme, o aliviar mi corazón agotado. Y el señor de la esquina no tendría que pagar esa factura que le sumerge más en la pobreza y la exclusión. Y mi hijo jamás tendría que volver a escuchar esa horrible frase… Y ninguna otra joven, como la joven que murió en Toledo, volvería a morir por miedo a no poder pagar la factura del médico.
Gracias por el sí: “sí tienes derecho”.
Llego con dolor, con sufrimiento, con necesidad de una mano sanadora. Llego con la presión alta, o el corazón que me anda fallando. Llego con mi hijo, al que también en algún momento le llegaron a denegar la asistencia sanitaria (¡a mi hijo!), pero a mí no me atienden. No atendieron a mi vecino, que sólo necesitaba que le sacaran los puntos después de una cirugía, porque “ya no tenía derecho”. Aquella chica de Toledo no fue porque tenía miedo de que la facturasen, y acabó muriendo en la sala de espera del hospital, cuando ya era demasiado tarde para vencer al miedo. O a ese señor que vive en la esquina, que tiene aún una factura grande por pagar y no sabe cómo hacer, y eso sólo le mete más en un círculo de pobreza cada vez más cerrado. Ninguno hemos sabido comprender, aunque, peor, algunos lo aceptan y se autoculpan por haber nacido en otro lugar y haber tenido la necesidad de migrar para sobrevivir, algunos, o para vivir con algo más de dignidad, otros. Pero tal vez porque no sepan que pagando impuestos están financiando el sistema sanitario, igual que cualquier otro ciudadano.
Y, simplemente, quiero preguntar a aquellas personas que se cruzan conmigo en la calle, en el supermercado, en el trabajo (en negro, porque no me contratan de otra manera), en la escalera del portal, en el colegio donde llevo a mi hijo, si también creen que no debo tener derecho a proteger mi salud. Si piensan que casi un millón de personas no tenemos que tener derecho a que nos atienda un médico, a ser cuidados, a poder cuidarnos.
A la espera de su respuesta, sigo vulnerada, sigo excluida, sigo sin tener derecho. Ojalá su respuesta fuese un “claro que creo que tienes derecho”, y que todos los “noes” se cambiasen por “síes”. Y entonces, podría curarme, o aliviar mi corazón agotado. Y el señor de la esquina no tendría que pagar esa factura que le sumerge más en la pobreza y la exclusión. Y mi hijo jamás tendría que volver a escuchar esa horrible frase… Y ninguna otra joven, como la joven que murió en Toledo, volvería a morir por miedo a no poder pagar la factura del médico.
Gracias por el sí: “sí tienes derecho”.